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Se encontró con una biblioteca de instituto abarrotada de lectores fieles que, al calor de su nombre, la esperaban expectantes. Se hizo paso entre la multitud, menuda, y al tomar asiento, de un solo vistazo calibró al auditorio.

El club de lectura de nuestro instituto es modesto, pero se siente orgulloso de haber recibido a un buen ramillete de plumas ilustres. La última, Rosa Montero. Vino a intercambiar opiniones con los miembros del club sobre su última novela de título La carne. En ella, la protagonista que acaba de cumplir sesenta años contrata a un escort para dar celos a su último amante y por el que empieza a sentir una pasión arrolladora. La música y la vida de unos autores malditos de los que está preparando un exposición sostendrán la estructura de la novela.

Durante dos horas la autora iba, ágil, locuaz, derrochando intelectualidad, desentrañando para nosotros su mundo narrativo mientras garabateaba en un papel como abstraída.  Sus obsesiones giran en torno a la muerte y el paso del tiempo, la memoria y la falta de fiabilidad de esta y el género humano. Se desmarca de la literatura de mujeres. No escribe de mujeres, nos decía, sino que la mayoría de sus protagonistas no son hombres, simplemente y que afortunadamente los lectores estamos aprendiendo a identificarnos con personajes no masculinos igual que las mujeres nos hemos identificado con protagonistas hombres a lo largo de la historia de la literatura.

La Soledad de Rosa Montero es una mujer que vive en el filo de lo soportable. Es un personaje extremo, como los autores malditos alrededor de los que gira la exposición que está preparando, que siente que no ha vivido el amor y percibe que puede morir sin conocerlo. Se da cuenta de que ha llegado a ese momento de la vida de todo ser humano en el que se hacen cosas por última vez y es posible que para ella sea esta la última vez de intentar enamorarse.

La autora madrileña vuelve a escribirnos de una superviviente y nos la ha regalado, no solo en su novela, sino en sus palabras. Hemos sido testigos privilegiados de su interpretación directa, oportunidad que no siempre se nos brinda.

La propia Montero se introduce en la narración como personaje, haciéndose un retrato a través de los ojos de Soledad. Le declara a la protagonista que vive disfrutando la imaginación y contando otras historias que no son la suya propia, pero que la memoria y el paso del tiempo hace que diluya en sus recuerdos la frontera indefinida entre realidad y ficción.

Hasta la saciedad habrá repetido que ella no es Soledad, que no escribe de sí misma, la disociación de ambos personajes lo deberían dejar de manifiesto, sin embargo algo habrá de Rosa Montero en Soledad Alegre y viceversa.

Ni pena, ni miedo,  reza en el tatuaje que muestra en la base del  cuello. Nos dejó Rosa Montero satisfechos con su charla y con su literatura. Nosotros quedamos agradecidos por su generosidad, esperando su próxima novela...y por qué no, su próxima visita.